Hacía 3 meses de aquella consulta telefónica que me pilló en mitad de la calle, a las 8:45 horas de la mañana, camino del colegio con mi hijo. Era la primera vez que hablaba con mi nueva Neuróloga, pues el profesional anterior, que me llevaba la migraña, al que tampoco llegué a poner cara gracias al Covid-19, se había trasladado de Hospital. Se notaba que era una mujer joven, lo que me dió esperanza de ser escucha, y ella sería quien me pautara el nuevo preventivo que te conté aquí.
Hace 3 meses que introduje, con muchísimo esfuerzo y lucha por no abandonarlo, el Zonegram a mi colección de medicamentos preventivos contra el dolor crónico.
Por fin podía poner cara a la Neuróloga que me había salvado en mitad de una crisis de migraña, muy heavy, que me había empujado al saturado servicio de urgencias donde un R1 (residente de primer año) me había puesto una vía con Tramadol para quitarme el dolor. Hecho que hizo que una colección de efectos secundarios danzaran en mi, además, al día siguiente la migraña se volvió a disparar lo que me llevó a llamar por teléfono a la Unidad de Neurología, en busca de auxilio, para no tener que volver a una urgencia hospitalaria en donde, casi seguro, me pondrían otro chute de opiáceos en vena para paliar una migraña.
Efectivamente era una mujer joven, que se escondía bajo una mascarilla y media melena que le caía hasta los hombros, a quién le puede explicar que tenía migrañas todos los días. Le puede contar que había tomado notas y que, dentro de un mes, tan solo había 4 días, aleatorios, que no tenía dolor.
La Doctora me escuchó atenta y, aunque ella había pensado que el preventivo habría hecho su efecto: ceder la virulencia de la migraña y su frecuencia, me explicó que teníamos algunas otras alternativas.
Ante una migraña como la mía, en la que ya se han probado varios tratamientos inhibidores o preventivos sin éxito, se podía intentar un nuevo tratamiento farmacológico, que ella desestimada por mi particularidad, o pasar directamente al tratamiento con Botox.
Yo había leído cuál es el protocolo a seguir en el caso de cefaleas y migrañas crónicas refractarias, dentro de mi Hospital, así que estaba enterada de la práctica de las infiltraciones con toxina botulínica y, ya sabes que me presto a todo gustosamente. Lo que no imaginé que sería un "aquí y ahora".
Antes de proceder me explicó que:
- El tratamiento se iniciaba con la dosis más baja de la toxina, 150ml, para ver como responde el paciente. (Ésta cantidad se puede incrementar).
- Que los puntos de infiltración son los mismo para todos los pacientes con independencia del tipo de cefalea/migraña o la intensidad de dolor, ya que hay estudios que demuestran que estos puntos son los idóneos.
- Que los dos días tras el tratamiento se puede tener un incremento del dolor.
- Que uno de los efectos secundarios puede ser la caída de párpados.
- Que en este tipo de tratamientos se nota su efectividad a largo plazo, posiblemente en la primera sesión no se perciba nada, y no sea hasta las tercera cuando se pueda valorar si está funcionando o no.
- Que, como todo tratamiento, cada paciente es único y no es garantía de éxito.
- Que la frecuencia con la que se debe infiltrar es de 3 meses.
- Que anote en un calendario la evolución del dolor y la analgesia que tomo durante este 3 meses.
(Si me dijo algo más ahora mismo no lo recuerdo)
Sentada en la típica silla de consulta, con el bolso cruzado y posado en mi regazo sobre el plumífero, la Doctora comenzó a inyectarme el Botox en la zona frontal de la cabeza, vamos en el frente. El primer pinchazo lo esperé con inquietud pero, si bien es cierto, que no me molestó en absoluto. No pude contar cuantas veces me pinchó, pero diría que más de cuatro.
Pasó al lado derecho de mi cabeza, a la altura de la oreja, me inyectó la primera dosis que me provocó un calambre que recorrería toda la cabeza, fue una sensación dolorosa y desagradable que me hizo pensar que tendría que llamar a mi padre para que me fuera a buscar en coche, me sentí rara.
La Neuróloga seguía inyectando en el lado izquierdo y en la parte trasera de la cabeza cuando le dije "creo que me estoy mareando".
De pronto, el brazo derecho me dolía muchísimo y el estómago se me puso del revés, una náusea llegó hasta mi boca y puede ver a dos personas que no reconocía. Cerré los ojos. "Marta, Marta, tranquila, te has desmayado"
A un lado tenía a la Enfermera, que había estado en una consulta contigua, con la puerta cerrada, durante mi consulta, y que me zarandeaba el brazo para que yo recuperara el sentido. Al otro lado estaba, sujetándome, la Neuróloga. La Enfermera me quitó el bolso, retiró el plumífero de mi regazo y sacó de mis brazos la larga chaqueta de lana que llevaba. Mientras la Neuróloga, a toda velocidad, acercaba una camilla que se encontraba tras un biombo a mi espalda.
En cuanto me tumbaron empecé a sentirme mejor y comprender qué había pasado. Un sentimiento de vergüenza se apoderó de mí pero ellas, muy empáticas, me hicieron entender que no tenía culpa de nada, que estas cosas suceden más habitualmente de lo que yo imaginaba y que todo estaba bien. Bueno, algo más tranquila sí me qué y tras un vaso de agua me recuperé del todo.
Con el susto del momento, sobre todo para ellas, me indicó que continuara con el tratamiento preventivo hasta la próxima infiltración, dentro de 3 meses, porque si lo suspendia ahora iba a pasarlo fatal pues el Botox en esta primera sesión no iba a actuar como mi dolor requería y, quitar la medicación, supondría, casi seguro, un agravio para mi dolor crónico.
Así que, con esta experiencia, la frente marcada (como puedes ver en este video que subí a rrss) y una nueva anécdota de mi paso por el Hospital, me fui a casa a descansar, pues, no imaginé lo mucho que me dolería esa tarde la cabeza ni lo mal que me encontraría el día siguiente.
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