No sabía por qué, ni quería averiguarlo, pero le reconfortaba pensar que de algún modo podía ser ella quién le venía a ver.
Acurrucándose, para paliar el frío, pensaba en cómo le contaría las novedades que habían sucedido en su vida.
Le hablaría de su proyecto solidario, de cómo esta cabeza suya sirve para algo más que para hacerse peinados, le enseñaría una foto de su bisnieto, pero se guardaría en secreto que había logrado, después de 38 años, meter un gato en su casa. Nunca le gustaron demasiado.
Era inevitable hacer un recorrido a la relación que tuvo con ella, esa infancia llena de recuerdos bonitos, la adolescencia guerrera que se dieron la una a la otra y esas navidades juntas viendo "Lo que el viento se llevó", porque sí, antes era un clásico en Navidad.
Cómo disfrutaban juntas de los programas de prensa rosa, de las conversaciones entre veladas y de aquellas historias que a ella no le interesaban en absoluto pero que escuchaba por respeto hacia su abuela.
Una noche pensó que no llegaría, que se había equivocado de hora. Esa noche era una brisa distinta, más tenue, menos fría.
No hacía falta recordar, las imágenes llegaban solas, como si fueran proyectadas por primera vez. ¿Quién era esa? No era ella, esa... soy yo.
La brisa era cálida aquella noche, en la que no recordó, en la que sólo vivió un sueño junto a ella.
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